Sábado 23 de septiembre. Una noche que prometía muchas cosas, y la fueron, por así decirlo.
Esa mañana, mientras despachaba asuntos del «cierre» de los fines de semana, recibí una llamada de esas que le alegran el día a uno. Nadie más y nadie menos que Vianco Martínez. El mismo que yo conocí hace un par de años en un evento de COPRESIDA en Bayahibe, y de quien admiré -años después- su valentía al enfrentársele al que luego vendría siendo su jefe, Humberto Salazar, al no aceptar ayudarlo «políticamente» como parte de sus funciones en la entidad.
El mismo de quien siempre he visto en actitudes positivas y comentarios favorables. El mismo del que me había sentido orgulloso de compartir profesión varias veces.