Allende y Jara, más vivos que nunca

allendejara

Foto: Colectivos Praxis Insumisa, Chile.

En 1988, Chile asumía el compromiso de continuar escribiendo una canción de muerte, represión, ignominia y «crecimiento económico» o de superar una página sangrienta que en 1973 había integrado un militar de apellido Pinochet y sus ibis de muerte.

Fue precisamente un día como este, hacen ya cuarenta años que la esperanza de una revolución democrática y de izquierdas fue marchitada a ritmo de bomba y metralla sobre el Palacio de La Moneda en Santiago. Las palabras de Allende aquel día en que se casó con su época todavía mantienen vigencia:

Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.

Días después de materializado el golpe, otra canción triste nacía en el Estadio Chle. Convertido en campo de concentración de cientos de chilenos, igual que el Estadio Nacional («¡Aquí se torturó! ¡Aquí se mató!» aún gritan en las manifestaciones).

Lo hacía de las torturadas manos de Víctor Lidio Jara Martínez, el cantor del pueblo, cuya voz molestaba aún tras las rejas del gorila opresor.

«Somos cinco mil aquí» inicia, y uno no puede menos que sentir el rocío bañándole los lagrimales a uno ante tanto dolor en versos. «¡Canto, qué mal me sales cuando debo cantar espanto!», reconoce Jara. Pocos días después, encontrarían su cadáver por las calles de Santiago.

Y entonces uno tiene que hermanar las luchas y usar una canción de la lucha contra la dictadura militar argentina ante las voces que intentan justificar todo este baño sangriento como una inevitabilidad histórica:

«No hubo errores/

no hubo excesos/

son todos asesinos/

los milicos del proceso».

Gracias a Dios y a mis padres, a mí la memoria histórica me la forjaron desde chiquito. Así como escribió el Che a sus hijos, «sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo», así mismo siento yo el dolor de una sociedad que -a 40 años- no logrará ninguna reconciliación mientras no haya juicio y castigo a los responsables.

Pinochet murió en su cama, pero también murió moralmente. El ejemplo de Víctor Jara y de Salvador Allende está más vivo que nunca.

¡NI PERDÓN NI OLVIDO, QUEREMOS JUICIO Y CASTIGO!

¡CAMARADAS VÍCTOR JARA Y SALVADOR ALLENDE!

¡PRESENTES!

¡AHORA Y SIEMPRE!

Catarsis, catarsis. 

«Esta es mi verdad y con mi vida la defiendo». 

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