Escribo sobre Víctor Jara y se me hace un nudo en la garganta. Pocos artistas han significado tanto para mi desde que tuve acceso a su música y a su modo tan particular de pensar. Triste que tengamos que recordar su muerte, su tan trágica e inmerecida muerte, que nos duele más que la vida tan prolífica y productiva que llevó. Porque se ensañó el rostro del oprobio contra sus manos y su lengua, porque no le perdonaron ser el cantante del pueblo pisoteado. No le perdonaron el miedo que le tenían al pueblo organizado, ese mismo al que Allende, el camarada presidente, se debía, y cuyas últimas palabras fueron de aliento al pueblo y a los trabajadores. A ambos hoy va mi silencio respetuoso, mientras una guitarra infinita las melodías de «El derecho de vivir en paz».
CAMARADAS ALLENDE Y JARA…
¡PRESENTES!
AHORA… ¡Y SIEMPRE!
Catarsis, catarsis.
«Esta es mi verdad, y con mi vida la defiendo».