Cahobazul es una banda primordial para comprender el Santo Domingo de las décadas ochenta y noventa: una ciudad en permanente ebullición y constante lucha de lo nuevo versus lo viejo que recién comenzaba a aceptar como suyos otros ritmos musicales más allá del tradicional merengue.
El rock pasa a ser algo más que un invento de un grupito de hijos de papi y mami y torna en grito de reclamo y afirmación gracias a canciones como Gazcue es Arte y Cahoban. Voy más lejos: es posible hilar una historia del Santo Domingo de a mediados de los ochenta con cuatro temas de esta banda liderada por Lyle O. Reitzel fundamentales también en la narrativa para una historia del llamado “rock local”.
El contenido social sería un elemento que no abandonaría las letras de Cahobazul, y este tema es prueba fehaciente. “Gazcue es arte” trata sobre el residencial más hermoso de Santo Domingo, cuyas casas en art Deco fueron la pauta de la clase acomodada de mediados de siglo, y que las veía destruir como sino de modernidad. “Invasores clandestinos/ en sus torres me quieren subir” canta Lyle O. Reitzel para inmediatamente emitir aquel grito que hoy todavía es sagrado: “ay no, que no destruyan Gazcue/Gazcue es arte/salvemos Gazcue/pulmón urbano”.
Siguiendo la pauta, Cahobazul coge la Bolivar hacia el oeste y nos recuerda el “zoológico viejo” que ha sido tantas cosas en su vida posterior. Con “Buche” se rinde tributo al chimpancé que, junto a la elefanta Mami fueron dueños del hoy parque Iberoamérica.
A Mami se la llevaron al zoológico nuevo, Buche no vivió para contarlo. Sus historias son legendarias y Cahobazul se encargó de ponerle música, entre la selva y la celda donde halló el final de sus días sin Chita, preguntándose “¿quién nos dio el derecho de encerrarte y burlarnos de tus gracias”?
Acelerando hacia el sur, Lincoln bajando, llegamos hasta el Malecón. “Vamo pa’l Reyna” trabaja desde distintas capas la realidad furtiva del ser humano: la necesidad de paredes que protejan la intimidad para el goce de las pieles.
También sitúa en el mapa capitaleño un lugar que hubiese merecido mejor suerte, dada la cantidad de tragedias que han ocurrido en ese templo del placer de la autopista 30 de mayo.
Este tema dialoga indirectamente con “La movida jodida” de Leo Susana (guitarra y garganta de la agrupación de los noventas JLS) que plantea esa misma necesidad de ir al Reyna (Dominicana) pero desde una perspectiva menos activa que como Lyle sugiere con letras como “te espero, me esperas en la esquina/son vivencias de la vida”.
La cartografía musical de la ciudad Primada de América continúa con temas como “Líquido”. Aquí la adicción al alcohol y sus consecuencias son enmarcados en la barriada de Ciudad Nueva, cuyos bares, tarantines y colmados han sido inmortalizados en otros temas de distintos géneros.
“Líquido” no pierde tiempo en recordar que los contener también tienen su historia, por los cientos de borrachos que se arrastraron por allí. De esta canción rescato una de las líneas más contundentes, a mi juicio, que es “no hay un cuarto más oscuro que el pleno sol de la mañana”.
Si bien por cuestiones de edad no me tocó vivir aquella época que he dado con llamar “primer renacimiento” del rock dominicano, el haber tenido el chance de seguir el cuento vía las últimas páginas de Listín 2000 y -ya más grande- poder escuchar las grabaciones que quedaron como testimonio para la posteridad, me permite comprender a cabalidad la importancia de Cahobazul como testigo de una inquietud en constante ebullición respecto a la relación pasivo agresiva de la juventud capitaleña con su lugar de nacimiento y vivencias.
Cahobazul fue… es eso y más. Es la vox clamantis in deserto que sentó las bases de una estética en la música alternativa dominicana.
Catarsis, catarsis.
«Esta es mi verdad, y con mi vida la defiendo».