«Hay amores/ que cuando van a morir/primero piden agua»
Saíd Carbonell, «Agua».
Enero marca la resaca etílica, emocional y económica de muchos. La nada se materializa, y el sentimiento de dejadez y discurrir lento se torna pesado y denso. El primer mes del año, punto de lejanía en esta carrera con obstáculos, nunca tan lejos del final, siempre ha tenido amargos dulces en mi vida. Quince años hará pronto de aquel enero que me estrenó como aprendiz en el dolor fúnebre de compartir rituales de margen con el resto de la familia. Ahora en este enero, tocó enfrentarse al mismo salón verde para despedir a otro pariente cercano. Esta vez, ni me acerqué a ver el rostro de la muerte, para que la despedida no fuese tan dolorosa. Enero 2010, primer mes de un año que se (me/nos) hizo anciano con pocos días de iniciado. Tragedias, desastres, malas noticias… Pero el agua baja por la cuneta que contamina la ciudad. ¿Qué hacer ante la eventualidad? Hace falta agua, mucha agua. Agua que calme esta sed de dolores, agua que limpie las tristezas y decepciones, agua para lavarse las penas, las congojas y las rabias. Agua que, como dicen los SonAbril, sirva «pa´l desahogo» y se lleve por el desague todo lo dañino para el sistema.
Agua por el desague. Agua que trae el río. Agua pa´l desahogo. Agua pura de beber.
Catarsis, catarsis… y mucha agua.
«Esta es mi verdad, y con mi vida la defiendo».