Sábado 18 de julio. Cinema Centro Malecón. Poquito para las 8 de la noche. Se acabó la eterna tanda de anuncios y trailers y la oscuridad anuncia un momento por fin ansiado. Voy a enfrentarme a “La Gunguna”, ópera prima de Ernesto Alemany basada en el cuento “Montás” de Miguel Yarull… con el mismo Miguel de guionista y la producción ejecutiva de Juan Basanta.
Unos segundos de oscuridad, los suficientes para preguntarme si es de maldad para alargar más la tortura de “todavía no”. Pero los logotipos de los auspiciantes aparecen y ya me puedo sentir tranquilo.
Me debía a mi mismo hablar sobre esta película. Desde noviembre, cuando fue anunciada, sabía que lo iba a hacer, sin importar cual fuese el resultado y mi visión. Me lo debía a mi, a todo el crew envuelto en la película (actores, productores, técnicos, el director y el guionista) y –venga inmodestia- también se lo debía al cine de producción dominicana.
Así que empecemos.
Como escritor, soy fanático de cómo una historia es narrada. Los recursos que se utilizan, la fijación en los pequeños detalles que hacen diferente una de otra y elementos por el estilo. En cine, principalmente en el dominicano, hemos sufrido de “buenas historias” que se van a pique por una mala ejecución en el guión y en el resultado puesto en escena.
“La Gunguna” es una valiosa excepción a la regla. Se nota que hubo un cuidado en el trabajo de mesa con los actores, pero también en el guión. Mucha lectura, mucha re-lectura, mucha re-escritura y mucha “prueba y error”. Son las ventajas de que quien haga la adaptación literaria de un cuento (o novela) sea el mismo guionista.
Miguel se da el chance de expandir el universo sígnico de “Montás” y agregar nuevos personajes que dan valor a la historia (Bárbara “La Maeña”, “El Bori” y su hija por poner tres ejemplos).
Pero también nos cuenta una historia dominicana que cualquier habitante de América Latina (o conocedor de nuestras realidades) puede ver y sentirse identificado: corrupción a todos los niveles (público y privado), violencia, mafias y decepciones.
La zona norte de Santo Domingo es la principal protagonista geográfica, pero también se nos desnudan otras, como el polígono central, nuestro “barrio chino”, la frontera dominico-haitiana y la vecina isla de Puerto Rico.
Hablando de eso, en “La Gunguna” se observa ese mismo diálogo entre tres naciones que tuve el chance de apreciar en “La hija natural” (Leticia Tonos, 2011). La naturaleza migratoria sale a relucir, entre prejuicios y convivencias “a la mala”. Ejemplos de esto son la altanería de Josivette (interpretado por la actriz puertorriqueña Janina Irrizarry frente a Pancho el Mocano (Vlad Sosa) y Maitín El Gago (Panky Saviñón) y la arrogancia de Pineda (Miguel Angel Martínez) con Azul (Toussaint Merrione) un obrero haitiano que huyó de su país luego del terremoto.
Poco se ha hecho en el cine dominicano con ese tema, y apenas cuatro directores (Ángel Muñiz en “Perico Ripiao, 2003, Leticia lo volvió a tratar con “Cristo Rey” en 2013 y Leo Silverio con “Duarte: traición y Gloria” en 2014) han llevado al cine el espinoso tema de las relaciones entre las dos mitades de Hispaniola.
Pero volvamos a esta historia que vengo esperando desde 2009, cuando Miguel me regaló “Bichán: 14 cuentos cortos y el de Montás”.
El gran peso de la narrativa recae sobre Montás (Gerardo “El Cuervo” Mercedes) aunque no nos olvidemos que la principal protagonista y motor que echa la historia a andar es “La Gunguna”, pistola que lleva el nombre de una canción de Luis Terror Días y que lleva una carga histórica que enlaza con un fukú dominicanis: el del sátrapa que nos ordeñó por 31 años.
Aunque la historia inicia “en algún lugar de la frontera dominico-haitiana” su posterior desarrollo se hila a través de una noche capitaleña (calurosa, por demás) en la que Montás no puede dormir. Sus niveles de hastío lo hacen empuñar una pistola calibre .22 y salir a la calle con rumbo a la casa del presidente.
En el camino nos iremos enterando de cómo esa pistola llegó a sus manos y por cuales pasó antes de llegar a este punto. Conoceremos al Chino (“¿Cuál chino? ¡El Chino, coño, el taxista!”), interpretado por Wasen Ou, a Puchy (en tremenda actuación de Jalsen Santana), y la galaxia de micro historias que pueden tejerse en este ejercicio del McGuffin donde la excusa argumental no es lo más relevante de la historia.
Uno pudiera extenderse más y decir que la musicalización, a cargo de Rafael –Xuxi- Lazzaro, fue la adecuada, que las actuaciones en gran parte estuvieron a la altura, que la línea gráfica (¡kudos Angurria!) es una de las más lindas y nítidas que he visto en película dominicana alguna, que el maquillaje estuvo a la altura, que el tratamiento de la violencia en la película resultó interesante en tanto la sugiere pero no la muestra y que –salvo algunos fallos- la edición fue buena.
Pero prefiero decir que todo lo visto sobre la pantalla grande fue el resultado de una buena historia que fue trabajada en un buen guión y que además fue emprendida con el rigor que requiere todo proyecto cinematográfico que se respete a sí mismo y respete al público que la va a ver.
Coincido plenamente con Pedro Cabiya que el rasero ha sido colocado cinco o seis cabezas por encima de aquellos que se escudan en el “cine para las masas” para hacer bodrios de guiones que parecen evacuados en el gran toilet de sus casas. Vamos a ver qué le depara el futuro al cine dominicano, mientras tanto vayamos a ver La Gunguna y a recomendarle a todo el cercano a que haga lo mismo.
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